lunes, 14 de diciembre de 2009

RECUPEREMOS LA NAVIDAD DE LOS CHILENOS

La celebración de la navidad en Santiago, cuando promediaba el siglo XIX, a lo largo del tramo comprendido entre el Cerro Santa Lucía y la estación Central, lo que hoy es el bandejón central de la Alameda santiaguina se llenaba de ramadas, tablados para el baile, presebres, puestos de ventas de flores, juguetes de madera, muñeca de trapo, comidas, bebidas, dulces y frutas, todos adornados con vistosos gallardetes de papel y faroles chinescos. Vinos, mote con huesillos, helados, mistelas, horchatas alojas de culén y ponches cabezones, alternaban con cazuelas, causeos de chancho, pescado frito, empanadas fritangas y pajaritos de masa con huevo batido. Las bandas de los llamados Batallones Cívicos se turnaban para interpretar variadas piezas.

Pequeñas industrias artesanales, como figuras de greda policromada y fraganciosa de las Monjas Claras, finas loza de Talagante, que hoy serían piezas de museo, abundaban en esos baratillos representando a la sagrada familia, los animales del pesebre, los Reyes Magos y los pastores.

Los huasos, con tenidas domingueras, se lucían con sus chinas igualmente engalanadas al anca de sus briosas calbalgaduras desplazándose con destreza entre los elegantes carruajes de la clase acomodada en las vías laterales de la Alameda, Arpas y guitarras en las ramadas, comadres con sus interminable cháchara, hacían también interminable el mate.

A la medianoche, el viejo estampido del cañón del Santa Lucía arrastraba al vuelo los campanarios de todas las iglesias, a las que se sumaban las sirenas de las fábricas, pitos, chicharras y matracas de los niños, detonaciones de petardos, viejas y cohetes, junto al griterío de la concurrencia.

La misa del Gallo concluía pasada la medianoche en los diversos templos, y mareas de gente como un río multicolor e interminable, desembocaban en Alameda, aromada con la fruta de la estación, claveles y albahacas. No lejos, en la plaza de Abastos, se aglomeraba otra enorme cantidad de gente que disfrutaba de los cantos alusivos al nacimiento o villancicos, de gran difusión en España y de extracto campesino, pastoril o villano de ingenuo contenido, que en Santiago se tornaban al aire libre.

El zapateo de la cueca y la refalosa en los establos acompañaban al melodioso vibrar de las cuerdas de arpas, guitarras y gargantas. Los poetas populares acariciaban las gruesas bordonas de sus legendarios guitarrones cantando fundamentos sobre el divino nacimiento y afinadas cantoras hacían oir su sello con hermosos villancicos en los pesebres cercanos.

En las iglesias, y de tempranas horas del día 24, se comenzaba a desarrollar la función, con cantos religiosos y profanos. Las estrofas de los villancicos criollos simbolizan la alegría de la naturaleza, la generosidad de su gente, evocando también los poderes de la madre tierra. Los fieles acudían con simples juguetes, que al terminar la función, se repartían entre los niños que asistían al catecismo.

Existía entonces una verdadera competencia entre las iglesias, conventos y parroquias por representar los mejores pesebres o paisajes Bíblicos con verdaderas obras de arte de imaginaría religiosa, traída a veces de Italia o Francia. La había también criollas y perfumadas hechas por las mismas monjas. Su fragancia provenía del amasijo con que las fabricaban: incienso, greda, yemas de huevo y vainilla.

En las casas de las familias de cierto rango, era costumbre de rezar la Novena del Niño Dios al pié de los pesebres. Cuando esta concluía, aparecía el arpa y las guitarras y no faltaban cantoras para cantar villancicos o aguinaldos, simples canciones campesinas alusivas al nacimiento. Luego asomaban las matracas, cohetes, petardos viejas y guatapiques. Las sirvientas hacían su aparición en la sala con bandejas de dulces, alojas en Culén, Horchatas con almendras, Sorbete de guindas y sabrosas mistelas. Entre adultos no era usual hacerse regalos, sólo los niños gozaban de ese privilegio, y aún no aparecía el pino de navidad.

Crónicas de la época, recuerdan que en las iglesias santiaguinas se mantuvo la costumbre de cantarlos a la usanza colonial hasta 1833, año en que fueron prohibidos por el Obispo Vicuña, a raíz de los desórdenes y bullicio que se originaba en el interior de los templos cuando los distintos gremios de artesanos entonaban sus cánticos al Niño Dios, entre cuyas estrofas deslizaban agudas puyas contra otros gremios y contra autoridades.

En efecto, a tempranas horas del día 24 de diciembre en las iglesias resonaban cánticos religiosos y profanos en medio de una batahola de gritos y empujones, donde niños y adultos hacían oír los más extraños instrumentos, imitando unos el canto de los gallos, rebuznos y bramidos. Al acercarse la media noche, comenzaban los cantos y salutatión a la virgen.

La representación de los pesebres, con la humildad propia del campesino, deriva de las enseñanzas y filosofía de pobreza de San Francisco de Asís, costumbres que pasó a América con los primeros misioneros franciscanos. En Chile, hasta hace muy poco, no era extraño hallar en algunas parroquias de lejanía provinciana resabios de pesebres amenizados con villancicos, con la activa participación de la comunidad, como restos de una tradición propia que debería recobrar su natural vigencia.

Este espíritu de la noche buena se mantuvo con todo su colorido y libre de influencias foráneas hasta los albores del presente siglo, hasta cuando fue una fiesta popular y no dirigida. Comenzó a declinar y desteñir cuando empezaron a aparecer los arbolitos de pascua cargados de copos de nieves en una alusión a su origen nórdico-europeo. En una primer momento en los hogares católicos no fue posible aceptar su presencia, ya que se estimaba que en pleno verano era ridículo pensar en nevazones, y por otro lado, no existía, ni existe noticia de que en Belén se haya conocido un copo de nieve.

Aún no se hablaba de Santa Claus, ni de sus renos, ni de sus trineos, pero al irse aceptando la tradición nórdica, se fue matando la fe religiosa y con ella, el verdadero significado de la navidad.

Actualmente, las confiterías ofrecen desde los primeros días de diciembre, que en Chile ya es pleno verano, Pan de Pascua que a comienzos de siglos era solo de consumo de las familias británicas, chocolates y Cola de mono, productos de alto contenido en calorías, muy apropiados para el invierno del hemisferio Norte...ya sea en Berlín, Estocolmo o Neueva York...

Las tiendas se engalan de nieve, pinos multicolores, trineos, renos y viejos pascueros. Las jugueterías ofrecen las últimas novedades de la electrónica: tanques, muñecas que hablan, lloran y se mojan.

La prensa, la radio y televisión bombardean infatigables con las delicias de un ambiente que siempre fue ajeno, pero que los chilenos, por engaño, por arribismo e incapacidad para defender nuestra tradiciones nos hemos acostumbrado a aceptar y consumir como moderna interpretación de fé cristiana.

El mensaje publicitario que empuja al consumo, en su afán expansionista se lanza a través de la televisión con una crueldad que corroe los hogares modestos, donde penetra sin esfuerzo, donde los niños no alcanzan a comprender la imposibilidad de sus padres para satisfacer sus justos deseos, sembrando en sus inocentes corazones la semilla embrionaria de resentimiento que con tanto dolor y perjuicio nos separa cada vez más como personas y como hijos de la misma tierra.

Nuestro afán por imitar modas ajenas nos ha llevado en estos tiempos a suplantar el pesebre y la fe cristiana por el Viejo Pascuero, igual como la muñeca de trapo fue desplazada por rubias y estilizadas Barbies, el trompo y el emboque por un arsenal intergaláctico, la mistela y los husillos con mote por las bebidas cola y los chacolíes por el wisky...en una festividad consumista que se hace en nombre del que nació pobre y perseguido en la soledad de un pesebre.

Celebramos una fiesta pagana con cruda escenografía invernal y sofocados del calor de nuestro verano...los retablos y nacimientos se quedaron solos, como sola se quedó la Virgen María hace casi 2000 años, sin más compañía que el asno, el buey, la oveja y un grupo de pastores tan desposeídos como ella.

ANFOLCHI, invita a recupera los viejos valores que la fecha encierra, que tanto la Biblia y nuestras tradiciones enseñan.
Procuremos alejarnos del desbocado consumismo a que nos obliga el modernismo a través de los mandatos del libre mercado y en su lugar depositar en el corazón de los chilenos el amor y la amistad, la sinceridad y la tolerancia; el compañerismo y la cordialidad vecinal. Reencontremonos en el seno de la familia , haciendo rueda en torno a retablos y pesebres, volvamos los ojos a la esencia de los villancicos que son la esencia de la tradición.

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